viernes, 12 de junio de 2009

La Santa


Araña de Alberto Orozco
No soy santa.
Que quede claro.
Y estas púas de madera,
estas excoriaciones
débiles
a punto de saltarme
los clavos de adentro,
-soy el arca de noé,
no por los animales
que guardo,
cerdos, potros, lobos,
sino por lo gorda-
nada tienen que ver,
con el lujo,
las perlas,
la bisutería,
el terciopelo falso que me da alergia,
el andamiaje,
la alquimia,
el maquillaje
el otoño,
las ganas de sentarme
frente a la nevera
y tragar leche
hasta el éxtasis,
o la levedad
de mis piernas,
el coño
con que te ilumino,
aunque derrotado,
y tartamudo,
un coño que se me llena
de ojos, de uñas, cerebros
que imaginan lo peor
para sepultarte,
viendo cómo te bebes la cerveza
con ese ademán tan cruel,
que me hace recordar
la tristeza de mi nombre.
Mi coño no es
un escaño, te dije,
súbita, plena
de Eñes como arañas.
Pero desde luego eres uno
más del resto,
y en verdad escribir
es más fácil que lamerte.

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