sábado, 18 de septiembre de 2010

La Cruel


Soy una guarra,
una dromedaria, roedora
de ristras, regidora
del arder, una rebelde
porque el mundo ríspido
me hizo así, Jeanette,
lo que tú me digas, bonita, robo
como todas, rasco la que más,
rezo y rujo, rodeada de ron,
realizada en rabear, redonda
rosa de perfume amargo.

( Eso. Eso. Pero subo y silbo
por la sanción, selecciono, y sé
que el sonambulismo, la suma,
la sacra santidad -o la sosa-
solemnidad me solazan, me suplen
en el siseo inútil del espacio, ¿sabes?
Sigilo, eso sí, en sigilo: simple
como un silabario, degestiva
como una sopa. Sola. Eso sí, sola ).

Soy una pérfida, prepotencia
pura, parafilósofa y parapoeta
petrificada por el paso, la pausa,
preceptos del poder, parsimonia
del pistolero: la pequeña posibilidad
de partir. Por eso aparto, pido
paz, paliza pido -al rapsoda-
y protesto cuando paran. Por favor,
perrito, pon mi prez en tu lugar,
una teta en tu perfecto
catálogo de pactos. Perdona
si me pierdo. Pero empezaste tú,
el otro pecho puse,
la persona no, el pie
clavado en el palo
que con otro palo hacen
cruz.

Soy cruel
y canto.

jueves, 9 de septiembre de 2010

La Fría


Hoy estoy fría,
aunque los bañistas perseveran
y los oficinistas bronceadísimos
ya sin trauma postvacacional
solo porque ahora conservan su trabajo.
Fría, como si de madrugada
me hubiera tocado un E.T.
con sus articulaciones de otro mundo,
abducida y conducida
hacia la rima interna de lo inane.
Me quisieron conservar
en un cubo de hielo.
La relación con dios, simple:
agitar la charca con un palo
cuando ni siquiera llueve. Sé
que guardo un pozo adentro, idéntico
al de las tatarabuelas con el que obtenían
agua potable, hundiendo
una y otra vez el cubo de madera.
Espero: la historia se inmoviliza,
la crisis amordaza, los parados
se mojan los dedos en mí
para santiguarse de modo convencional.
Espero algo. Espero algo
y no llega. Estoy fría, desangelada,
pareciera que la misericordia
es la vulgar suma de mi voluntad.
Quiero mover los dedos
y salir volando. Quiero ser mala
porque eso recibo. Estoy a punto
de decir una grosería.
Pero el hielo congela el ímpetu,
el metro pasa en todas direcciones
con sus pasajeros. Los ciclistas
doblan su locomoción y la guardan
en el bolsillo, los turistas
me dan una tibieza escasa
como si el asco no proviniera
de ellos, ni de mí: una santa
del futuro que introduce
la llave en la puerta
de su casa y llora.
Una mártir que duerme
continuamente sola
por obra y gracia del espíritu.
Una chica que a la mínima
se transforma en un insecto
de los que se hacen bola
cuando se sienten amenazados.
Bienvenida a septiembre,
hija del santoral; escucha
el ruido del cubo
cuando entra en ti,
y te rompe.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La Edad


No tengo edad,
no tengo edad
para amarte,
oh Gigliola Cinquetti
que dices lo cierto
desde el bis a bis
de la traducción.
Te juro, ese mantra
le recité al ladino,
al muchacho de tabaco
de liar, al chico
de ipod y pantalones
caídos al culo, que desde
sus dieciocho centímetros
y primaveras de leche
apareció y desapareció
como un romance, digo
en lengua antigua
y métrica medida, pero
desmedida para mí. No
tengo edad, chavalín.
No te encandiles
con mi parcial luminiscencia:
well, I can dance with you, honey
if you think it's funny
does your mother know
that you' re out?
Oh Abba, dile algo
que no se entera, y baila
sobre mi santidad, y sube
por la posibilidad, y rayos
salen de sus zapatillas
como pequeñas alas
de un Hermes posmoderno.
No te creas una coma
de mi verbigracia.
No te dejes seducir
por mi divinidad vintage.
Serías estúpido
si me haces caso.
Te llevo siete años
y pecados capitales
siete veces siete.
No te muevas
de esa manera, cabrón.
¿Sabe tu madre
que estás fuera?
No tengo edad.