lunes, 13 de julio de 2009

La Alucinada


Veo santas por la calle,
puercas con sus pequeños
rabos desenrollados
y el suelo cenagoso
como en una pocilga.
Y no es visión,
es la verdad, justo
ahora que tengo
miedo y lloro,
cuando me dejan sola, cuando
los veterinarios
del ayuntamiento
me atrapan con sus redes
para esterilizarme,
y deje en paz las azoteas,
no me cague
en las estatuas. Tengo
que sangrar en verano
para cicatrizar en invierno.
Y eso cansa. Las amigas
son brillantes. Dañan
los ojos al mirarlas
cuando reflejan el sol.
Los hombres surgen
de las tapas redondas
de las calles, descompuestos,
como en Triller de Michael,
que en paz descanse.
Veo santas por la vía
ángeles sin sexo,
como quiere la filósofa
Beatriz Preciado.
Yo soy culpable, madre,
por aceptar el bochorno
de mi sexualidad.
Tengo unos labios
que se llaman poema,
tengo unas manos,
que se llaman poema,
y mi coño es un soneto,
en esta nominación:
soy perra recogida,
soy burra y mi leche
de burra alivia
la ceguera, la amnesia.
Soy loba y tortuga
marina en boca
del tiburón. Yo
calzaría dos peces,
no estos tacos horribles
que me hacen bailar.
Veo santas por la calle,
ahora que el calor
me enseña su orificio,
(el lugar específico
por donde escapo)
donde finalmente ver
es sólo ver y no más.

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