sábado, 23 de octubre de 2010

La Mosca


Basta ya
me digo esta mañana,
consternada y aburrida
de las tonterías de Drosófila,
la reina de la chatarra
(y también de las quejas,
más que yo, eso está claro)
más flaca y desaparecida
que la extrema unción.
Nadie puede
ser tan depre, tan naïf
como para tomarse toda
esta ciudad a pecho.
Ay Droso, come
algo por favor, no me llames
a las 4 de la mañana
preguntándome si las pastillas
de dormir, si el salfumán,
o si el cinturón de charol
dejan marcas en la nuca.
Estas ebria de nuevo.
Algún día de estos la vas a palmar.
No podemos las santas
hacer el curro de los ángeles.
Cada una que lama
su propio cipote. Cómo
esperas, estúpida,
que te responda esas cosas,
tú que te empeñas
en desaparecer, que escribes
cartas a nadie
con letra minúscula,
y pintas complicadísimos
ideogramas con gloss
en los espejos de la discoteca.
Ay, guapa, no tenemos
movilidad. Ya no somos
las niñatas de antes.
Tu sabiduría de mosca,
constantemente anegada
con el formol asqueroso
que bebes en el bar.
Necesitamos un milagro.
Una cosa poca, tampoco
hay que abusar. Ante todo
sencillez y discreción.
Esta vez en secreto.
Qué tal si nos vamos
con Piolín y Danaus
un día a la nieve,
y contamos interminables
historias de terror,
para dormir todas juntas
aterradas, pálidas,
pero muertas de risa.
Querida Droso,
haz algo con tu vida
mosquita muerta,
insectita de mi corazón,
que los días vienen mal,
que la historia
devendrá en pesadilla.
Nos queda reír,
o hacer un agujero
entre lo que ves y no ves.
Pero arréglate un poco,
chica, y ya
que haz venido así
¿quieres desayuno?

domingo, 17 de octubre de 2010

La Mirada


Estaba recogida
como en el siglo diecinueve
una huérfana de Dickens,
al borde de la definición
que no se completa al pronunciarla,
lívida, en medio de la objetividad,
calle, otoño, un catarro
que pasa de boca en boca como un beso,
husmeando entre los jardines
de una urbanización
por si quedan rosas, así de cursi
soy, perdida, cazando imágenes
con la obertura de mi llaga
como los profesionales con su nikon.
No se compra ni se vende
esta finalidad, esta suma etérea
que me entera de todo, la macroconciencia
de las dementes, de las que están a punto
de morir, las entregadas a la molienda
de diablo. Ver barro. Ver obvio. Eso tengo,
querida radioescucha: ocio, y lanzo
mi umbilicalidad sobre la verticalidad
de esta urbe, digo cloaca, digo política,
digo ay, pobre santa de mierda
encerrada en su interrogación,
mintras las tácitas bailan en sus conciertos
de rock, mientras las lícitas inflan
su corazón de helio, y hacen gorgoritos
en el punto álgido del espectáculo.
Soy una santa en medio del público
que se vuelve íntimo y privado a costa
de la murmuración. Esta mirada
se resume en la de la heroína
que asoma su cabeza a la fuente
hortera y barata de las plazas nuevas.
No hay peces, me respondo. Y las nubes
se mueven sobre el reflejo, casi
mezcladas con los ojos y las hojas secas.