domingo, 17 de octubre de 2010

La Mirada


Estaba recogida
como en el siglo diecinueve
una huérfana de Dickens,
al borde de la definición
que no se completa al pronunciarla,
lívida, en medio de la objetividad,
calle, otoño, un catarro
que pasa de boca en boca como un beso,
husmeando entre los jardines
de una urbanización
por si quedan rosas, así de cursi
soy, perdida, cazando imágenes
con la obertura de mi llaga
como los profesionales con su nikon.
No se compra ni se vende
esta finalidad, esta suma etérea
que me entera de todo, la macroconciencia
de las dementes, de las que están a punto
de morir, las entregadas a la molienda
de diablo. Ver barro. Ver obvio. Eso tengo,
querida radioescucha: ocio, y lanzo
mi umbilicalidad sobre la verticalidad
de esta urbe, digo cloaca, digo política,
digo ay, pobre santa de mierda
encerrada en su interrogación,
mintras las tácitas bailan en sus conciertos
de rock, mientras las lícitas inflan
su corazón de helio, y hacen gorgoritos
en el punto álgido del espectáculo.
Soy una santa en medio del público
que se vuelve íntimo y privado a costa
de la murmuración. Esta mirada
se resume en la de la heroína
que asoma su cabeza a la fuente
hortera y barata de las plazas nuevas.
No hay peces, me respondo. Y las nubes
se mueven sobre el reflejo, casi
mezcladas con los ojos y las hojas secas.

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