Estoy ardiendo.
No es el verano,
la playa. Realmente
tengo fiebre, a punto
de combustión espontánea.
Este contrato con Dios
termina en la hoguera.
No la dulce de los relicarios,
el éxtasis de Santa Teresa
cuando se la clavan a fondo,
el corazón en llamas
de santa María virgen
ni el efecto alucinógeno
de la anunciación.
Ahí me ves, guapo,
una estilizada dinamita
bañada en chocolate.
Pero es sudor. La conciencia
de que me pierdo algo.
Dame otra efervescente,
las burbujas me levitarán
sobre justos e injustos:
el sonido de miles
de pulgas de mar
cuando se entierran en la orilla.
Tengo una amígdala
a punto de florecer.
La santidad es esto,
presentarse ante las llamas
de una misma,
el sonido de la tableta
cuando entra al vaso.
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Gemma, me encantaría reproducir en mi blogín (Mas palabras para olvidar) dentro de unos días tu poema. ¿Me das permiso? Un cordial saludo.
ResponderEliminarHijo mío, mis milagros son colectivos, para uso y abuso. Tu reprodúcelo, y de paso reprodúcete, y al fin reprodúceme.
ResponderEliminarBESOS
glorificados.
Dicho y hecho, santa. Muchas gracias y un abrazo.
ResponderEliminarqué bueno...
ResponderEliminarlo he subido a hankover, gemma.
http://hankover.blogspot.com/2010/08/la-fiebre-by-gemma-la-santa.html
salud from hell
v
Corazón infernal, siempre piensas en mí y, paradojalmente, es un aire fresco. Gracias,
ResponderEliminarGemma, la
medusa