lunes, 18 de enero de 2010

La Moneda


La belleza es una especie de error
cuando leo las revistas de moda
y me quedo compungida y dominada
por un terror sin duda hecho para mí.
No soy tonta, probablemente esté
algo alienada por la hegemonía,
y mis joyas saltan desde su falsedad
y mis ropas de rebajas se deshilachan
dejando a mi paso sólo un hilo
que me guiará finalmente a la salida
cuando termine de filetear al minotauro.

Yo, como Dánae, me abro de piernas
y espero que lluevan monedas de oro,
y caen a montones, en efecto, pero falsas,
son cáscaras de bronce rellenas de chocolate,
y esa verdad es también mi revolución.
Sé muy bien que nunca llega lo que espero.
La mutación es el único don que me fue dado.
Probablemente no sea valiente
pero robo, como todas, la debilidad del rey,
las migajas de pólvora con que haré un espejo
y un proyectil diminuto.

Estoy a punto de explotar, pero ese punto
es del tamaño del cañón del colorado,
por ser cañón, con su violencia, y colorada
aunque parezca mentira, como gitaneaban
las Papá Levante con su manita dulce en stop.
Aunque parezca mentira, es cierto
que la vanidad tienta con su multiplicidad,
y si es cierto que soy tierna, y tímida
al final (no te creas, ilustrísima lectora,
que soy una loba devorahombres, ni una
vedette de espectáculo de variedades:
a las santas se nos está vedado el placer
y sangrar es nuestro íntimo derecho)
no te creas, como te decía, que puedo
atender los ruegos de todos los infieles.

Bailo en la rueda de la fortuna, el infortunio
es la balada triste del verano, pero nota
querida saltamontes, que el invierno
es nuestro poder y nuestro pacto.
Estoy harta de esta luz y la barricada
es más simple que una caja de maquillaje.
Te golpeo con mi corazón, en estos momentos,
más eficaz que una gorda y larga bazuca
(si espero el torpedo con la boca abierta
no es tanta la inmolación como la gula)
Ardo en el caldo de la vulgaridad
como la rana aquella que olvida dar el salto
de la sopa en que se cuece viva.

Perdóname, nena, si me he extendido
más que de costumbre. No soy haitiana
pero también busco mis muertos
entre mi aparente comodidad. Rezo.
como la milagrosa que soy,
porque tengo pena, rabia, aunque me veas
bailando como desaforada en medio del zodiaco.

Hago pedazos la gema que soy, y no desprecies
la purpurina que arroje como falsas monedas
cantadas por Concha Buika, sagrada, como yo,
al fin sola, y triste, sobre lugares improbables.
Porque nadie se la queda. Porque todos
se la quedan cuando nadie repara en ello,
y ahí está mi toque, algo que sube por ti
como la vergüenza, y que finalmente te pregunta.

martes, 12 de enero de 2010

La Autorretratada


Yo no soy poeta,
soy una administrativa
semi ilustrada, eternamente
a dieta, y que por falta
de curro, me gano la vida
en un cyber de alguna
ciudad capital. Tengo
el corazón tartamudo,
y a traición un día
se me apareció una deidad
en medio de la discoteca,
y me dijo Gemma, tú serás
mi santa. De ahí mi pelo rojo
estilo boop, acorde con la sangre
de mis palmas, cada cierto tiempo
mezclada con mis innumerables
pulseras de plástico verde y azul.
Leo hasta los envoltorios de caramelos.
Leo los comprobantes arrugados
en las papeleras de los bancos.
Leo los periódicos gratuitos del metro,
me pongo mis gafas de Marilyn Monroe,
para no destrozarme los ojos cuando leo
a las infantas y a las ludovicas
en sus blogs finísimos. Estoy en estado
larvario, y cuando termino de leer escribo
en esos mismos envoltorios, escribo
en los mismos comprobantes de los bancos,
escribo en los periodicos gratuitos
del metro, por si sólo uno se da cuenta
y se ríe, o lo tacha, o lo arroja por ahí.

viernes, 1 de enero de 2010

La Estrella


Hubo un tiempo
en que me esforzaba por ser
absolutamente diaria.
Sin embargo, me he vuelto
discreta -en apariencia- inconstante
como el viento que levanta
las tejas de mi casa y esconde
un secreto, una futura gotera,
el sonido mismo de la cicatriz.

Otro año ha pasado, la fiesta
me dejó extinta -no tanto por bailar
como por sentirme bailada, algo tan
machista como que te lleven por el escenario
y te dejes ir, peonza extraviada
pero girando y girando como el tic-tac
del tiempo en su finitud, yo, la más
gorda de las burbujas de freixenet,
pero por una vez en la noche, bebida,
dorada y deseada.

Hubo un tiempo en que los años
eran arañas
que anidaban en los huecos de mis oídos,
capturando insectos -las lenguas
de los hombres incautos que me decían cosas
con la prentención de atraparme y no al revés.
Esta vez fueron simples
estrellas apagadas,
que se tragaron todo
lo que tuvo nombre,
en medio de esa fiesta voraz
donde mis lectoras
-sus tacones de aguja como jeringuillas-
componían haikús en el finísimo
piso hecho de hielo, mientras
los hombres acomodaban
un delfín al interior de los bolsillos.

Cuando todos hacían la cuenta atrás
yo seguía contando hacia adelante.